No me acostumbro a
presenciar el espectáculo de las Balsas y Navajos secos.
Todos los años tengo la
esperanza de que las encontraré llenas de vida y con abundante agua, estéril
esperanza.
La carencia de lluvia,
hace que sus cubetas no reciban el líquido elemento para el que han sido
concebidas, acumular agua.
Da igual porque punto
cardinal empiece el resultado sigue siendo el mismo.
Empecé por la parte del
norte, el camino hacia el Navajo de la Casica Vieja, daba alguna esperanza,
pues quedaban claveles silvestres, pero al llegar allí, toda esperanza
desapareció, había agua, pero ningún signo de vida.
Regrese hacia el Navajo de
la Chupidilla, que tenía algo de agua, quizás puesta por la Sociedad de
Cazadores, de vida, ausencia total.
Me acerque hacía en Navajo
de Puerta, en el que los juncos se habían enseñoreado de su cubeta, estando
totalmente seca.
La recuperación del monte
después de cinco años del incendio forestal era lo único que mitigaba la
sequedad de las balsas.
La llegada a la Balsilla
no mejoró, seguía seca, esperemos que pronto se trabaje en su recuperación.
Dejé atrás el Navajo de El
Prao, seco, agrietado y polvoriento, para dirigirme hacia el Navajo de la Caña
de los Charcos, con la esperanza de encontrar triops cancriformis.
Tenía agua y también vida,
no había triops, pero si un metamórfico de sapo corredor (Epidalea
calamita (Laurenti, 1768)) y algunas efímeras, también las peligrosas
ninfas de libélula, aunque si no llueve poca vida les queda.
Este navajo casi siempre
nos sorprende, por la capacidad de regeneración que tiene, pese a su cubeta de
cemento y haber soportado gran cantidad de ceniza, que se nota en sus bordes.
Partí hacia la partida de
Junco, para ver cómo estaban sus navajos.
El Navajo de Junco I y
aunque el verdeo del monte me alegraba, la ausencia de agua en su cubeta, me
dejo triste.
La posibilidad de que
Junco II estuviera mejor eran remotas, lo que me confirmó al llegar a él, el
observar hasta la goma que protegía su cubeta, nada de nada.
Pase al Navajo del Collao
Gabarda, aunque sus vistas siempre alegran, el que en su cubeta con poco agua,
hubiesen renacuajos de sapo común, nos enseña como la naturaleza administra su
tiempo, si no llueve, morirán.
No estaba mejor el Navajo
Royo, pues estaba totalmente seco y cuarteado.
Hacía tiempo que no
visitaba la Jipe de la Dotora, algo de agua tenia, pero la ceniza después de
cinco años sigue están presente.
El suponer que la Balsa de
la Mina tuviese agua era una quimera, que me confirmo al llegar a ella.
El Navajo de las
Cañadillas tenía algo de agua, pero no signos de vida.
Tocaba acabar la visita
pasando por la Balsa Calzón, la cual esta totalmente cubierta de pan de rana y poco
agua.
Todos los veranos nos deja
esta sensación, pero la naturaleza como ave Fénix revive de sus cenizas.
Esperemos que pronto
llueva.
Rafa Casaña
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