Hacia un viento infernal, cuando bajábamos del coche nos
tiraba, aunque el sol estaban fuera y por desgracia no se veía ninguna nube, la
sensación de frío era muy grande.
Regresábamos de un recorrido por algunas balsas del pueblo,
cuando pasamos por el Navajo de la Cañadillas, prácticamente seco y
aparentemente helada, el poco agua que contenía.
Al acercarnos constatamos que efectivamente el agua estaba
helada, la noche debió de ser muy fría.
Pero sorprendentemente vimos que bajo del hielo seguían habiendo
renacuajo, había muchos muertos, pero bastantes seguían con vida.
Nos planteamos, que los que quedaban, deberíamos de llevarlos
a otro lugar donde si hubiese agua, pues la posibilidades de supervivencia eran
muy limitadas.
No somos partidarios de estas acciones, pero muchas veces los
sentimientos se adelantan a las razones.
Nos tocó romper la capa de hielo para acceder a ellos, más
dura en los extremos y más fina en el centro, de los diminutos charcos.
No nos podíamos imaginar, por que aparentemente no se veía,
la cantidad de alevines de anfibios que había, en un posterior recuento vimos
que eran casi un centenar.
Repasamos concienzudamente todo para conseguir rescatar la
máxima cantidad de ejemplares, pues lo que no sacásemos estaban condenados a
muerte segura.
Después de la consiguiente sesión fotográfica los depositamos
en lugar en el que el líquido elemento lo tenían asegurado, satisfechos, nos
volvimos hacia el pueblo.
J. R. Casaña.
Carlos Micó.
pulgar arriba, si señor
ResponderEliminar