Hace un par de años, un incendio
forestal arrasó alrededor de 20000 hectáreas de las comarcas Los Serranos, Camp
de Túria y Alto Palancia. Una vez pasado este tiempo, es un buen momento para
aprender de cómo ha respondido el monte, y además hacerlo con un poco más de
calma, habiendo digerido el impacto inicial. Me gustaría ofreceros mi punto de
vista, algo lejano al no vivir en estas comarcas, pero algo cercano al haber
colaborado en el estudio de este incendio. Investigadores de la Fundación CEAM
(http://www.ceam.es/GVAceam/home.htm) hicimos prospecciones de la zona
afectada, la primera a las pocas semanas del fuego, con el fin de elaborar un
informe de impacto urgente, y la segunda a los 20 meses, para ver cómo había
respondido el monte a medio plazo (Figura X).
Tradicionalmente, los incendios
forestales se han considerado como un desastre ecológico, destructor de los
ecosistemas. En gran parte, esta visión se funda en que, en la actualidad,
muchos tienen causas humanas, sean directas (accidentales o intencionadas) o
indirectas (cambios en los usos del suelo, abandono del monte, y tal vez el
cambio climático). Pero también es verdad que los incendios forestales son un
proceso natural en los ecosistemas mediterráneos. No en vano, muchas plantas
mediterráneas están adaptadas a responder tras el fuego, sea rebrotando (por
ejemplo la encina, la coscoja y el brezo), sea creando un banco de semillas en
el suelo, dispuestas a germinar cuando llegue la ocasión (como ocurre con las
jaras y aliagas), sea guardando semillas viables, durante años, en sus copas
(por ejemplo las piñas serótinas del pino carrasco, que se abren con el calor
del fuego). Incluso la comunidad de microorganismos del suelo es capaz de
responder con gran rapidez cuando llegan las primeras lluvias tras un incendio.
Otra cuestión a tener en cuenta es
la extensión de un incendio. En nuestros ambientes este incendio entra, sin
duda, dentro de la categoría grandes incendios. Si alguien se entretiene en
averiguar la extensión de incendios en otros lugares del Mundo, por ejemplo
Australia o Estados Unidos, verá que 20000 hectáreas no son mucho. Pero hay que
tener en cuenta la escala. A modo de ejemplo, el Parque de Yellowstone es casi
tan grande como toda la provincia de Valencia, las Montañas Rocosas abarcan una
distancia como de Alcublas al centro de Arabia,
y la extensión del Estado de Wyoming es la mitad de la de España
viviendo solamente medio millón de personas. Para nosotros las escalas son
mucho más pequeñas, nuestras cordilleras son mucho más cortas, nuestras
planicies más pequeñas, y nuestras poblaciones están mucho más cercanas. Por
ejemplo, la famosa Highway 61 cantada por Bob Dylan cruzaría, en línea recta,
casi 3 veces la Península Ibérica.
Para que un incendio sea intenso y
se extienda necesita combustible, tanto en términos de cantidad, como en
términos cualitativos y de continuidad. El término cantidad es evidente, es
difícil que haya un incendio en un desierto o en una zona semiárida de Almería,
porque hay poco o nada de combustible. Pero puede haber combustible y que éste
sea más fácil o difícil de quemar. Hay
varios factores que influyen, y uno básico es el estado hídrico, es decir el
nivel de humedad de la vegetación, especialmente el del combustible fino. Tanto
mayo como junio de 2012 fueron meses relativamente secos y a finales de junio
dominaron vientos moderados de poniente, que ayudaron a incrementar las
temperaturas y disminuir la humedad ambiental, y en consecuencia secar la
vegetación. Estudios llevados a cabo por investigadores de la Fundación CEAM
estiman que la humedad de los pinos y romeros vivos estaba alrededor del 50%, y
la de los romeros muertos sobre el 10%.
Los ecólogos tenemos la manía de
relacionarlo todo. Creo que las escalas tienen algo que ver con la historia de
los usos del suelo, y a su vez con la evolución de los incendios forestales.
Aquí entra lo de la continuidad del combustible. En las últimas décadas ha
habido un abandono de las actividades agrícolas, ganaderas y forestales en
áreas de montaña. Tiene su lógica, antes había mucha actividad en zonas de
montaña, aunque para sobrevivir y no mucho más. Muchas personas cultivaban su
trigo o cebada, junto con algunos olivos y algarrobos para alimentar la mula
que les ayudaba a labrar, o pasaban hambre. Mis abuelos, como los de otras
muchas personas, se fueron a vivir a poblaciones más grandes buscando mejores
perspectivas tanto para ellos como para su descendencia, y tanto la agricultura
como la ganadería se fueron concentrando en áreas donde la explotación se
pudiese mecanizar y fuese más rentable. Esto ha dado lugar a un incremento de
la superficie forestal, la vegetación vuelve a ocupar los lugares de los cuales
fue eliminada para poder cultivar y sobrevivir. Pero también ocurre que, cuando
se produce un incendio, tiene menos barreras para extenderse. Los bancales en
uso son cortafuegos muy efectivos. Pero las plantas más capaces de colonizar
cultivos abandonados acostumbran a estar adaptadas a perturbaciones, germinan
bien en espacios libres, con poca competencia por la luz y el agua con otras
especies establecidas, como es el caso del pino carrasco, la aliaga y muchas
otras.
Muchos montes de Levante tienen
mucho combustible y con mucha continuidad, y a principios de verano de 2012,
este combustible estaba seco. Solamente faltaba una ignición. Había mucho monte
que podía quemarse, y le tocó básicamente a Los Serranos, la Hoya de Buñol y la
Sierra Mariola. Es una especie de ruleta rusa a la cual juegan muchos montes de
Levante.
En el caso de nuestro incendio, no
solamente se quemó mucha superficie, sino que lo hizo con mucha severidad.
Severidad quiere decir hasta qué punto se quema la vegetación, no es lo mismo
que solamente se achicharren las hojas, que se acabe consumiendo hasta los
troncos. Una forma que hay para estimar la severidad del fuego es trabajando
con imágenes satélite. Es un método menos preciso que verlo en el campo, pero
permite abarcar más superficie que andando por el monte. Nosotros intentamos
contrastar los resultados de las imágenes satélite con los obtenidos visitando
unos 80 puntos. La Figura XX muestra la severidad estimada según un sensor del
satélite Landsat 7. La mayor parte de la superficie se quemó con una severidad
alta o muy alta. Solamente se quemaron con menor severidad las zonas cercanas a
los límites del incendio, donde iba perdiendo fuerza, y áreas dominadas por
cultivos y zonas pobladas, donde hay mucho menos combustible.
Después del incendio, las
precipitaciones registradas fueron inferiores a la media, siguiendo la
tendencia dominante antes del incendio. Nos encontramos, entonces, ante un
incendio extenso, severo y seguido de un periodo de relativa sequía. Ante esta
situación tan desfavorable ¿la vegetación ha sido capaz de responder? Una vez
más, la Naturaleza nos sorprende, no nos deja otro remedio que quitarnos el
sombrero: las plantas rebrotadoras han rebrotado (Figura XXX), y las
germinadoras han germinado, incluso demasiado (Figura XXXX).
Un elemento peculiar de la zona son
los navajos, charcas que permiten el desarrollo de especies relacionadas con
medios acuáticos. Debemos tener en cuenta que los ecosistemas acuáticos son muy
escasos en el monte mediterráneo, y las perspectivas de expertos en el cambio
climático indican que lo serán aún más en el futuro. Nos encontramos con
auténticas joyas muy poco comunes. Todo parece indicar que el incendio afectó
poco a los navajos, al menos directamente, ya que conservan cierto grado de
humedad. De todos modos, cuando visité la zona poco después del fuego había
algo que me preocupaba, y es que, al haberse consumido la vegetación de los
alrededores, las posibles tormentas posteriores arrastrasen cenizas y restos
carbonizados, con el riesgo de que se colmatasen o incluso se intoxicasen. Pero
no ocurrió, no llovió lo suficiente. Esta sequía pertinaz ha protegido los
navajos de arrastres indeseables de sedimentos, pero también los está secando.
Ojalá resistan este nuevo envite.
Una pregunta del millón podría ser
¿qué podemos hacer para ayudar a la Naturaleza, y de paso potenciar las zonas
de montaña y sus habitantes, que tan poco considerados están? Visto desde la
lejanía, mi modesta opinión es que nos lo debemos de tomar con un poco de
calma. Los ritmos de los ecosistemas no tienen por qué coincidir con los
nuestros. En ocasiones, querer actuar demasiado rápido puede ser poco útil e
incluso contraproducente, malgastando así esfuerzos y dinero. Jorge, un
compañero que se dedica al estudio de los suelos quemados, comentó algo así: el
suelo es la piel del monte; igual como ocurre con nuestra piel, cuando se quema
lo que debemos hacer es protegerlo y tocarlo lo mínimo; si, con el afán de que
se recupere rápido lo pisoteamos y pasamos maquinaria por encima, lo acabamos
perjudicando.
Ahora han pasado un par de años y
podemos ver cómo ha respondido, y tal vez plantearnos qué se puede hacer para
que se siga recuperando, disminuir el riesgo que se vuelva a quemar de aquí a
pocos años y, si lo hace, sus efectos no sean tan dramáticos. Vemos, por
ejemplo, que los pinos carrascos y las aliagas se están desarrollando
excesivamente. Todavía son jóvenes, pero todo parece indicar que, si no se hace
nada, en un futuro las aliagas acumularán mucha biomasa muerta, fácilmente
inflamable, y habrá pinares con tanta densidad de árboles, con tanta
competencia entre ellos mismos, que crecerán espigados y con troncos
raquíticos. De aquí a unos pocos años será un buen momento para hacer un
aclareo, dejar menos pies para que crezcan mejor, y sobre todo evitar cortar
otras especies capaces de rebrotar tras el fuego y que ofrecen otros alimentos
a la fauna, por ejemplo enebros, lentiscos y muchas otras.
Otra gestión posible es la
plantación, pero como casi todo en esta vida tiene sus limitaciones. Plantar
grandes extensiones sin ayuda de maquinaria pesada es complicado, caro, a veces
agresivo, y con frecuencia no tiene seguimiento, lo que puede dar lugar a
fracasos. Otra cosa es ser selectivos, elegir zonas donde las posibilidades de
éxito sean mayores y seleccionar especies adecuadas. Hay varios puntos de vista
al respecto. Uno de ellos es hacer plantaciones en zonas protegidas por la
propia morfología del terreno, como es el caso de hondonadas, depresiones y
umbrías. Si elegimos especies autóctonas y atractivas para la fauna, con el
tiempo y una caña los arrendajos, los zorros y otros muchos animales ayudarán a
dispersar las semillas por otros lugares, incluyendo los que se vuelvas a
quemar y los bancales que se abandonen en el futuro. Otra visión diferente pero
compatible, en este caso más pedagógica, es hacer plantaciones populares en
zonas de acceso fácil, animando a que la gente colaboradora a que haga un
seguimiento de lo que ha plantado y, por qué no, le eche una garrafita de agua
de cuando en cuando; si se animan a hacerlo y proceden de Valencia por ejemplo,
serviría además para promocionar el turismo rural.
Mucha suerte y salud, os lo
merecéis.
Joan Llovet López
Gracias a los componentes de Gallipato Alcublano, por su labor de campo, seguimiento e información sobre el terreno. Sois un ejemplo a seguir. Saludos.
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