Cuando era pequeño el fuego me intrigaba, me
fascinaba, me producía curiosidad y al mismo tiempo temor. Como no. Me pasaba
mirando horas las ondulantes llamas en el hallar de mi casa en invierno,
mientras mitigaba el frío y me preguntaba que eran. De que estaban formadas,
por qué eran como eran. Por qué,
cambiaban de color continuamente. Y que en alguna ocasión no había forma que se produjeran cuando yo quería, y por eso removía el hallar.
Me disipaba soplando para intentar reavivarlas con
un canuto de caña que mi abuelo tenía preparado para tal menester. Con la
correspondiente regañina de mis padres. También recuerdo que me decían;
¡Si tocas el fuego te
orinaras en la cama!
Cosa que a veces ocurría, pero no por tocar el fuego. Eran por otras causas de mi corta edad.
Por qué no las podía tocar. Me preguntaba muchas
veces -aunque era evidente- por que sentía ganas de hacerlo y en mi ignorancia
en más de una ocasión lo intente. Y me dejaron alguna pequeña huella que toda
vía conservo.
También me preguntaba de qué estaban constituidas.
Que era aquello que tanto dolía cuan lo tocaba. Por qué no podía guardarlas tal
y como eran, para poder llevarlas a cualquier otro sitio y poder jugar con
ellas. Eran muchas preguntas que no tuve
respuestas. Por que muchas de ellas no las tenían. Dada de mi ignorancia que excedía a tantas preguntas sin sentido.
Con el paso del tiempo, no del todo, fui
encontrando respuestas y comprender algo de lo que tanta curiosidad me
producía. Entre otras cosas comprendí que no era un elemento para jugar, que
tantas veces mis padres me dijeron al verme tan interesado con el dichoso
fuego.
Lo que no podía suponer que el fuego era tan
versátil. Tan inestable. Tan útil. Y tan peligroso a la vez. No podía suponer
que aquello que me llevaba a mal traer de curiosidad, podía ser, o muy útil,
bien empleado o, devastador si se utiliza inadecuadamente, con propósitos mal intencionados.
Al dejar de ser un niño mi gran curiosidad cambió
radicalmente respecto a ese elemento.
Pasando de tener una gran curiosidad a tenerle un gran respeto considerando su gran peligrosidad y el daño
que puede producir.
Sobre todo en manos de desaprensivos y maleantes,
como se esta demostrando últimamente con nuestros montes tan mal cuidados y
abandonados en nuestra comarca del interior de Valencia. La Serranía. Que les
pregunten a los alcublanos y sus vecinos
de los alrededores.
En poco tiempo se ha producido tal número de
incendios que la indignación por tanto daño
sobre pasa la capacidad de asimilarlo. Y si se piensa lo abandonados que están la indignación se
hace inasumible. Es cierto que la lluvia escasea, pero no serían tan devastadores ni
tanta su dimensión si el monte estuviera cuidado. Si se preocuparan de
él.
Pero parece ser que lo políticos piensan que hay
otras cosas más importantes en que emplear el dinero de los contribuyentes. No
voy a enumerarlas, por que además, de ser muchas, y no me cabrían en mucho
espacio, de poco iba a servir. Y qué
podría decir, que no se sepa.
En el incendio de Alcublas quedo de manifiesto la
indignación e impotencia de sus moradores. He visto llorar de desesperación a
sus gentes por sentirse tan
abandonados, por las pérdidas materiales
tan importantes como ecológicas y por el poco apoyo moral y económico de los
políticos qué, sin lugar a dudas están a otras cosas.
Y ahora treinta años después que el monte de la Serretilla en Pedralba
se estaba reponiendo, otra vez el fuego, ese maldito fuego, voluble, caprichoso
y destructivo sin compasión. Arremetiendo contra casas, árboles, fauna, flora y todo lo que encuentra
por delante. Ha quemado Chulilla, Gestalgar, Bugarra y Pedralba y, también
hemos sentido la misma indignación. La misma impotencia y el mismo cabreo
insufrible por el daño tan considerable.
Estos días pasados hemos visitado los montes de
Alcublas hasta el punto geodésico del Monte de la Solana, Salvador Viadel y
Rafa Casaña y el que suscribe. Hemos visto como han quedado, La Solana y el Alto de la Silla y los neveros. Que
diferencia a lo que se destinaban y lo que parecen ahora. Hornos llenos de
carbón. Nos bajamos con disgusto de no poder disfrutar del inmenso paisaje que
desde allí se divisa. Tiznados de carbón y de ceniza. Llenos también de
tristeza.
Pero hubo algo que nos lleno de satisfacción. Con
la primera impresión era algo insignificante. Pero que a nosotros, no, nos lo
pareció. En medio de una enorme extensión de carbón, cenizas y de árboles retorcidos por el calor
de las llamas, encontramos una flor. Diminuta. Si. Pero una florecilla que nos
decía muchas cosas. Le hicimos fotos para demostrar su fuerza de superación.
También nos decía, lo sabía y fuerte que es la naturaleza. Si la dejan en paz.
Eso, si la dejan en paz.
Por la enorme extensión quemada de una comarca tan
castigada por tantos incendios, sin que haya ninguna esperanza de poner remedio
a todo este sin sentido. Es, para sentirse mal, muy mal y que las lágrimas
surjan sin poder evitarlo. ¡Maldito incendio! Y malditos, todos aquellos que sean responsables de no proteger los montes para
evitar tantos y tan devastadoras consecuencias.
José L. Sanmiguel.
Imágenes.
José Luis
Sanmiguel
Salvador
Viadel
Josep Casaña
J. R. Casaña