Grupo de voluntarios que cuidamos la biodiversidad de las balsas de Alcublas

miércoles, 17 de octubre de 2012

El Fuego y los incendios.





Cuando era pequeño el fuego me intrigaba, me fascinaba, me producía curiosidad y al mismo tiempo temor. Como no. Me pasaba mirando horas las ondulantes llamas en el hallar de mi casa en invierno, mientras mitigaba el frío y me preguntaba que eran. De que estaban formadas, por qué eran como eran.  Por qué, cambiaban de color continuamente. Y que en alguna ocasión no había forma  que se produjeran  cuando yo quería, y por eso  removía el hallar.

Me disipaba soplando para intentar reavivarlas con un canuto de caña que mi abuelo tenía preparado para tal menester. Con la correspondiente regañina de mis padres. También recuerdo que me decían;



 ¡Si tocas el fuego te orinaras en la cama!

Cosa que a veces ocurría, pero no por  tocar el fuego. Eran por otras  causas de mi corta edad.

Por qué no las podía tocar. Me preguntaba muchas veces -aunque era evidente- por que sentía ganas de hacerlo y en mi ignorancia en más de una ocasión lo intente. Y me dejaron alguna pequeña huella que toda vía conservo.


También me preguntaba de qué estaban constituidas. Que era aquello que tanto dolía cuan lo tocaba. Por qué no podía guardarlas tal y como eran, para poder llevarlas a cualquier otro sitio y poder jugar con ellas. Eran muchas preguntas  que no tuve respuestas. Por que muchas de ellas no las tenían. Dada de mi ignorancia  que excedía a tantas preguntas sin sentido.


Con el paso del tiempo, no del todo, fui encontrando respuestas y comprender algo de lo que tanta curiosidad me producía. Entre otras cosas comprendí que no era un elemento para jugar, que tantas veces mis padres me dijeron al verme tan interesado con el dichoso fuego.



Lo que no podía suponer que el fuego era tan versátil. Tan inestable. Tan útil. Y tan peligroso a la vez. No podía suponer que aquello que me llevaba a mal traer de curiosidad, podía ser, o muy útil, bien empleado o, devastador si se utiliza inadecuadamente,  con propósitos mal intencionados.

Al dejar de ser un niño mi gran curiosidad cambió radicalmente respecto a  ese elemento. Pasando de tener una gran curiosidad a tenerle un gran respeto  considerando su gran peligrosidad y el daño que puede producir.



Sobre todo en manos de desaprensivos y maleantes, como se esta demostrando últimamente con nuestros montes tan mal cuidados y abandonados en nuestra comarca del interior de Valencia. La Serranía. Que les pregunten a los alcublanos y sus  vecinos de los alrededores.



En poco tiempo se ha producido tal número de incendios que la indignación por tanto daño  sobre pasa la capacidad de asimilarlo. Y si se piensa  lo abandonados que están la indignación se hace inasumible. Es cierto que la lluvia escasea,  pero no serían tan devastadores  ni  tanta su dimensión si el monte estuviera cuidado. Si se preocuparan de él.



Pero parece ser que lo políticos piensan que hay otras cosas más importantes en que emplear el dinero de los contribuyentes. No voy a enumerarlas, por que además, de ser muchas, y no me cabrían en mucho espacio,  de poco iba a servir. Y qué podría decir, que no se sepa.



En el incendio de Alcublas quedo de manifiesto la indignación e impotencia de sus moradores. He visto llorar de desesperación a sus gentes  por sentirse tan abandonados,  por las pérdidas materiales tan importantes como ecológicas y por el poco apoyo moral y económico de los políticos qué, sin lugar a dudas están a otras cosas.



Y ahora treinta años después que el monte de la Serretilla en Pedralba se estaba reponiendo, otra vez el fuego, ese maldito fuego, voluble, caprichoso y destructivo sin compasión. Arremetiendo contra casas,  árboles, fauna, flora y todo lo que encuentra por delante. Ha quemado Chulilla, Gestalgar, Bugarra y Pedralba y, también hemos sentido la misma indignación. La misma impotencia y el mismo cabreo insufrible  por el daño tan considerable.



Estos días pasados hemos visitado los montes de Alcublas hasta el punto geodésico del Monte de la Solana, Salvador Viadel y Rafa Casaña y el que suscribe. Hemos visto como han quedado, La Solana y el Alto de la Silla y los neveros. Que diferencia a lo que se destinaban y lo que parecen ahora. Hornos llenos de carbón. Nos bajamos con disgusto de no poder disfrutar del inmenso paisaje que desde allí se divisa. Tiznados de carbón y de ceniza. Llenos también de tristeza.



Pero hubo algo que nos lleno de satisfacción. Con la primera impresión era algo insignificante. Pero que a nosotros, no, nos lo pareció. En medio de una enorme extensión de carbón,  cenizas y de árboles retorcidos por el calor de las llamas, encontramos una flor. Diminuta. Si. Pero una florecilla que nos decía muchas cosas. Le hicimos fotos para demostrar su fuerza de superación. También nos decía, lo sabía y fuerte que es la naturaleza. Si la dejan en paz. Eso, si la dejan en paz.

Por la enorme extensión quemada de una comarca tan castigada por tantos incendios, sin que haya ninguna esperanza de poner remedio a todo este sin sentido. Es, para sentirse mal, muy mal y que las lágrimas surjan sin poder evitarlo. ¡Maldito incendio! Y malditos,  todos aquellos que sean  responsables de no proteger los montes para evitar tantos y tan devastadoras consecuencias.



                                                                    José L. Sanmiguel.


Imágenes.
José Luis Sanmiguel
Salvador Viadel
Josep Casaña
J. R. Casaña