Grupo de voluntarios que cuidamos la biodiversidad de las balsas de Alcublas

lunes, 23 de junio de 2014

DOS AÑOS DEL INCENDIO DE ALCUBLAS

Hace un par de años, un incendio forestal arrasó alrededor de 20000 hectáreas de las comarcas Los Serranos, Camp de Túria y Alto Palancia. Una vez pasado este tiempo, es un buen momento para aprender de cómo ha respondido el monte, y además hacerlo con un poco más de calma, habiendo digerido el impacto inicial. Me gustaría ofreceros mi punto de vista, algo lejano al no vivir en estas comarcas, pero algo cercano al haber colaborado en el estudio de este incendio. Investigadores de la Fundación CEAM (http://www.ceam.es/GVAceam/home.htm) hicimos prospecciones de la zona afectada, la primera a las pocas semanas del fuego, con el fin de elaborar un informe de impacto urgente, y la segunda a los 20 meses, para ver cómo había respondido el monte a medio plazo (Figura X).


Tradicionalmente, los incendios forestales se han considerado como un desastre ecológico, destructor de los ecosistemas. En gran parte, esta visión se funda en que, en la actualidad, muchos tienen causas humanas, sean directas (accidentales o intencionadas) o indirectas (cambios en los usos del suelo, abandono del monte, y tal vez el cambio climático). Pero también es verdad que los incendios forestales son un proceso natural en los ecosistemas mediterráneos. No en vano, muchas plantas mediterráneas están adaptadas a responder tras el fuego, sea rebrotando (por ejemplo la encina, la coscoja y el brezo), sea creando un banco de semillas en el suelo, dispuestas a germinar cuando llegue la ocasión (como ocurre con las jaras y aliagas), sea guardando semillas viables, durante años, en sus copas (por ejemplo las piñas serótinas del pino carrasco, que se abren con el calor del fuego). Incluso la comunidad de microorganismos del suelo es capaz de responder con gran rapidez cuando llegan las primeras lluvias tras un incendio.




Otra cuestión a tener en cuenta es la extensión de un incendio. En nuestros ambientes este incendio entra, sin duda, dentro de la categoría grandes incendios. Si alguien se entretiene en averiguar la extensión de incendios en otros lugares del Mundo, por ejemplo Australia o Estados Unidos, verá que 20000 hectáreas no son mucho. Pero hay que tener en cuenta la escala. A modo de ejemplo, el Parque de Yellowstone es casi tan grande como toda la provincia de Valencia, las Montañas Rocosas abarcan una distancia como de Alcublas al centro de Arabia,  y la extensión del Estado de Wyoming es la mitad de la de España viviendo solamente medio millón de personas. Para nosotros las escalas son mucho más pequeñas, nuestras cordilleras son mucho más cortas, nuestras planicies más pequeñas, y nuestras poblaciones están mucho más cercanas. Por ejemplo, la famosa Highway 61 cantada por Bob Dylan cruzaría, en línea recta, casi 3 veces la Península Ibérica.
Para que un incendio sea intenso y se extienda necesita combustible, tanto en términos de cantidad, como en términos cualitativos y de continuidad. El término cantidad es evidente, es difícil que haya un incendio en un desierto o en una zona semiárida de Almería, porque hay poco o nada de combustible. Pero puede haber combustible y que éste sea más fácil o difícil de quemar.  Hay varios factores que influyen, y uno básico es el estado hídrico, es decir el nivel de humedad de la vegetación, especialmente el del combustible fino. Tanto mayo como junio de 2012 fueron meses relativamente secos y a finales de junio dominaron vientos moderados de poniente, que ayudaron a incrementar las temperaturas y disminuir la humedad ambiental, y en consecuencia secar la vegetación. Estudios llevados a cabo por investigadores de la Fundación CEAM estiman que la humedad de los pinos y romeros vivos estaba alrededor del 50%, y la de los romeros muertos sobre el 10%.



Los ecólogos tenemos la manía de relacionarlo todo. Creo que las escalas tienen algo que ver con la historia de los usos del suelo, y a su vez con la evolución de los incendios forestales. Aquí entra lo de la continuidad del combustible. En las últimas décadas ha habido un abandono de las actividades agrícolas, ganaderas y forestales en áreas de montaña. Tiene su lógica, antes había mucha actividad en zonas de montaña, aunque para sobrevivir y no mucho más. Muchas personas cultivaban su trigo o cebada, junto con algunos olivos y algarrobos para alimentar la mula que les ayudaba a labrar, o pasaban hambre. Mis abuelos, como los de otras muchas personas, se fueron a vivir a poblaciones más grandes buscando mejores perspectivas tanto para ellos como para su descendencia, y tanto la agricultura como la ganadería se fueron concentrando en áreas donde la explotación se pudiese mecanizar y fuese más rentable. Esto ha dado lugar a un incremento de la superficie forestal, la vegetación vuelve a ocupar los lugares de los cuales fue eliminada para poder cultivar y sobrevivir. Pero también ocurre que, cuando se produce un incendio, tiene menos barreras para extenderse. Los bancales en uso son cortafuegos muy efectivos. Pero las plantas más capaces de colonizar cultivos abandonados acostumbran a estar adaptadas a perturbaciones, germinan bien en espacios libres, con poca competencia por la luz y el agua con otras especies establecidas, como es el caso del pino carrasco, la aliaga y muchas otras.

Muchos montes de Levante tienen mucho combustible y con mucha continuidad, y a principios de verano de 2012, este combustible estaba seco. Solamente faltaba una ignición. Había mucho monte que podía quemarse, y le tocó básicamente a Los Serranos, la Hoya de Buñol y la Sierra Mariola. Es una especie de ruleta rusa a la cual juegan muchos montes de Levante.
En el caso de nuestro incendio, no solamente se quemó mucha superficie, sino que lo hizo con mucha severidad. Severidad quiere decir hasta qué punto se quema la vegetación, no es lo mismo que solamente se achicharren las hojas, que se acabe consumiendo hasta los troncos. Una forma que hay para estimar la severidad del fuego es trabajando con imágenes satélite. Es un método menos preciso que verlo en el campo, pero permite abarcar más superficie que andando por el monte. Nosotros intentamos contrastar los resultados de las imágenes satélite con los obtenidos visitando unos 80 puntos. La Figura XX muestra la severidad estimada según un sensor del satélite Landsat 7. La mayor parte de la superficie se quemó con una severidad alta o muy alta. Solamente se quemaron con menor severidad las zonas cercanas a los límites del incendio, donde iba perdiendo fuerza, y áreas dominadas por cultivos y zonas pobladas, donde hay mucho menos combustible.


Después del incendio, las precipitaciones registradas fueron inferiores a la media, siguiendo la tendencia dominante antes del incendio. Nos encontramos, entonces, ante un incendio extenso, severo y seguido de un periodo de relativa sequía. Ante esta situación tan desfavorable ¿la vegetación ha sido capaz de responder? Una vez más, la Naturaleza nos sorprende, no nos deja otro remedio que quitarnos el sombrero: las plantas rebrotadoras han rebrotado (Figura XXX), y las germinadoras han germinado, incluso demasiado (Figura XXXX).



Un elemento peculiar de la zona son los navajos, charcas que permiten el desarrollo de especies relacionadas con medios acuáticos. Debemos tener en cuenta que los ecosistemas acuáticos son muy escasos en el monte mediterráneo, y las perspectivas de expertos en el cambio climático indican que lo serán aún más en el futuro. Nos encontramos con auténticas joyas muy poco comunes. Todo parece indicar que el incendio afectó poco a los navajos, al menos directamente, ya que conservan cierto grado de humedad. De todos modos, cuando visité la zona poco después del fuego había algo que me preocupaba, y es que, al haberse consumido la vegetación de los alrededores, las posibles tormentas posteriores arrastrasen cenizas y restos carbonizados, con el riesgo de que se colmatasen o incluso se intoxicasen. Pero no ocurrió, no llovió lo suficiente. Esta sequía pertinaz ha protegido los navajos de arrastres indeseables de sedimentos, pero también los está secando. Ojalá resistan este nuevo envite.

Una pregunta del millón podría ser ¿qué podemos hacer para ayudar a la Naturaleza, y de paso potenciar las zonas de montaña y sus habitantes, que tan poco considerados están? Visto desde la lejanía, mi modesta opinión es que nos lo debemos de tomar con un poco de calma. Los ritmos de los ecosistemas no tienen por qué coincidir con los nuestros. En ocasiones, querer actuar demasiado rápido puede ser poco útil e incluso contraproducente, malgastando así esfuerzos y dinero. Jorge, un compañero que se dedica al estudio de los suelos quemados, comentó algo así: el suelo es la piel del monte; igual como ocurre con nuestra piel, cuando se quema lo que debemos hacer es protegerlo y tocarlo lo mínimo; si, con el afán de que se recupere rápido lo pisoteamos y pasamos maquinaria por encima, lo acabamos perjudicando.

Ahora han pasado un par de años y podemos ver cómo ha respondido, y tal vez plantearnos qué se puede hacer para que se siga recuperando, disminuir el riesgo que se vuelva a quemar de aquí a pocos años y, si lo hace, sus efectos no sean tan dramáticos. Vemos, por ejemplo, que los pinos carrascos y las aliagas se están desarrollando excesivamente. Todavía son jóvenes, pero todo parece indicar que, si no se hace nada, en un futuro las aliagas acumularán mucha biomasa muerta, fácilmente inflamable, y habrá pinares con tanta densidad de árboles, con tanta competencia entre ellos mismos, que crecerán espigados y con troncos raquíticos. De aquí a unos pocos años será un buen momento para hacer un aclareo, dejar menos pies para que crezcan mejor, y sobre todo evitar cortar otras especies capaces de rebrotar tras el fuego y que ofrecen otros alimentos a la fauna, por ejemplo enebros, lentiscos y muchas otras.

Otra gestión posible es la plantación, pero como casi todo en esta vida tiene sus limitaciones. Plantar grandes extensiones sin ayuda de maquinaria pesada es complicado, caro, a veces agresivo, y con frecuencia no tiene seguimiento, lo que puede dar lugar a fracasos. Otra cosa es ser selectivos, elegir zonas donde las posibilidades de éxito sean mayores y seleccionar especies adecuadas. Hay varios puntos de vista al respecto. Uno de ellos es hacer plantaciones en zonas protegidas por la propia morfología del terreno, como es el caso de hondonadas, depresiones y umbrías. Si elegimos especies autóctonas y atractivas para la fauna, con el tiempo y una caña los arrendajos, los zorros y otros muchos animales ayudarán a dispersar las semillas por otros lugares, incluyendo los que se vuelvas a quemar y los bancales que se abandonen en el futuro. Otra visión diferente pero compatible, en este caso más pedagógica, es hacer plantaciones populares en zonas de acceso fácil, animando a que la gente colaboradora a que haga un seguimiento de lo que ha plantado y, por qué no, le eche una garrafita de agua de cuando en cuando; si se animan a hacerlo y proceden de Valencia por ejemplo, serviría además para promocionar el turismo rural.

Mucha suerte y salud, os lo merecéis.

Joan Llovet López

1 comentario:

  1. Gracias a los componentes de Gallipato Alcublano, por su labor de campo, seguimiento e información sobre el terreno. Sois un ejemplo a seguir. Saludos.

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