Parte de cuento y mucho de verdad.
Con edad temprana ya tenía una tendencia protectora hacia los pájaros y la naturaleza. Más de una vez fui burla de mis amigos por este motivo. Por a aquel entonces estos sentimientos no eran muy compartidos.
Más bien ocurría todo lo contrario. Imperaba la caza indiscriminada de los mismos. Eran tiempos de posguerra y de hambre. Se cazaban para comer. Había personas que se dedicaban y se ganaban la vida vendiendo por docenas los que cazaban. Era el momento de la “pasa” (emigración) y diariamente se cazaban. Como he dicho. Por docenas.
Tengo que reconocer que por entonces más de una vez participe en este menester. Cosa que ahora no puedo avergonzarme más. Así eran las cosas entonces. Pero, uno tiene la necesidad de avanzar, progresar, evolucionar como persona pensando un futuro mejor.
Una mañana, hacía el medio día y después de salir del colegio, jugaba con mis amigos al lado de mí casa. Vi a un pajarito que volaba muy próximo a donde estábamos. Era un Jilguero, lo que me llamó bastante la atención. No era nada normal que estuviera tan cerca de nosotros. Mis compañeros de juegos se dieron cuenta e intentaron lanzarle piedras para cazarlo.
Con decisión, me opuse con firmeza. Después de más de un enfrentamiento conseguí que desistieran de ello. Al terminar la discusión busque al pajarito y ya no lo vi. Sentí como una desilusión. No sabía muy bien por qué. Pero había observado en su merodear algo poco habitual.
Pedralba |
Me pareció que no volaba con la soltura característica de ellos. Seguí jugando con mis amigos y de pronto sentí una gran alegría. Allí estaba otra vez. Y en esta ocasión más cerca si cabe que la anterior. El corazón me latía con fuerza.
En el bolsillo del pantalón tenia un trozo de pan que me había sobrado del desayuno. Partí un trozo, he hice varios más pequeños. Los esparcí todos juntos en un lugar lo más cerca que pude de donde se encontraba. Y me retire a una distancia prudencial para ver que hacia. Al mirarlo detenidamente, me dí cuenta de alguna deficiencia en su plumaje. Y cierta dificultad al volar. Lo que me hizo pensar que tal vez hubiese estado con anterioridad enjaulado.
Pero mi alegría fue en aumento al darme cuenta que se había posado en donde puse los trocitos de pan. Y se ponía a comer con gran avidez. Tenía hambre y mucha. También, que había estado enjaulado bastante tiempo.
Era evidente qué tenía problemas para encontrar alimento. Debido a su privada libertad.
Por suerte mis amigos se habían marchado a jugar en otro lugar prescindiendo de mí. En un plis, plas, se comió lo que le había puesto que no fue mucho.
Busque otro sitio bien a la vista y volví hacer lo mismo. Al poco ya estaba otra vez comiendo los trocitos de pan. La puerta trasera de mi casa estaba a escasos metros de donde ocurría todo esto. Yo tenía en una jaula otro Jilguero, pero estaba colocada en la planta baja. Y se me ocurrió subirla a la segunda planta. En la terraza cubierta. Con la intención de que si lo oyera cantar tal vez, acudiera buscando compañía y alimento.
Busque una jaula vacía y la puse cerca de la otra. Le puse comida, agua y la puerta abierta. Y me dije que nunca la cerraría.
Pero también me pregunté como lo haría llegar hasta allí. Pensé que estaba soñando.
Y me dije:
¡Qué iluso!
Mi madre me llamaba para comer. Y después, con el tiempo justo tendría que ir al colegio. El colegio terminaba a las cinco de la tarde. Y en invierno a las cinco falta poco para anochecer. Sentí como una frustración. Casi me saltaron las lágrimas. Tener que abandonar aquel Jilguero que comía donde yo le indicaba. Y el hambre que debería tener. Me sentí mal, muy mal. Pero nada más podía hacer por el momento.
Al terminar el colegio mis amigos me invitaron a ir a jugar a una casa de uno de ellos. A esas horas de la tarde me había olvidado del Jilguero. Cuando regresé a casa era de noche. Y no me acordé del Jilguero hasta después de estar sentado en la cama dispuesto para dormir. Sentí malestar, remordimiento.
¿Como has podido olvidarte? Me dije de nuevo. Y me dormí pensando en ello.
Soñé que mis amigos lo habían encontrado y matado pedradas.
Mi madre me llamaba y desperté sobresaltado. Se dio cuenta y me dijo:
-Ya estas con tus pesadillas, venga, vístete. Que se te va hacer tarde para ir a colegio.
Me vestí pensando en la pesadilla y en el Jilguero. Nada más vestirme sentí una urgencia. Salí corriendo de la habitación y subí donde había puesto la tarde anterior la jaula vacía. Me acerqué despacio a la vez que oía como mi madre me llamaba con insistencia para desayunar.
Pero antes de acudir a su llamada miré con detenimiento la jaula. Hubiera jurado que habían comido en ella. Miré a mi alrededor pero no vi nada de lo que deseaba. Mi madre me seguía llamando. Terminé de desayunar camino del colegio pues llegaba tarde.
En mi estancia en el colegio no cesaba de pensar en la jaula y en la creencia que habían comido en ella.
Y me decía: serán los gorriones que son muy descarados. Pero en mi interior tenía un presentimiento.
El profesor estaba explicando una lección a la vez que me observaba y dijo:
-Hoy estás pensando en las musarañas. Y me dio un cariñoso coscorrón.
Después de terminar la clase mis amigos me invitaron a que fuera con ellos. Esta vez decliné la invitación. Lo que deseaba era llegar a casa. El regreso lo hice corriendo todo lo que mis piernas me permitían.
Seguía con mi presentimiento.
Entré en casa como una exhalación. Dejé la cartera en el suelo e intente subir a la terraza. Pero mi madre me detuvo y dijo:
-¿Y tus modales? ¿Donde vas tan deprisa No supe qué contestar.
Me dije:
¿Pero qué te pasa? Pedí perdón a mi madre y le di un beso.
Luego, sin prisa. Con cautela. Subí a la terraza.
No podía dar crédito a lo que mis ojos veían. Dentro de la jaula estaba el Jilguero. Acicalándose de lo más tranquilo. Me quedé quieto como una estatua disfrutando de su presencia largo rato. Dentro de mí sentí una inmensa alegría y satisfacción.
¡Lo había conseguido!
Desde entonces todas las mañanas antes de ir al colegio subía para revisar la comida y el agua. Unas veces estaba, otras ya había salido gozando de su libertad. Pero eso sí, todas las noches venía a dormir en su jaula abierta.
Pedralba |
José L. Sanmiguel.
Nota del Gallipato Alcublano;
En el poco tiempo que el grupo se ha puesto en marcha ya hemos contactado con muchas personas amantes de la Naturaleza y de la Serranía. Algunos nos prestarán su colaboración en forma de artículos para nuestro blog.
Este es el caso de José L. Sanmiguel al que agradecemos y felicitamos por este precioso relato.
Interesantisimo tu relato, me ha llegado al corazón.
ResponderEliminarEspero seguir leyendo cosas tuyas. Saludos.
Explicame con que cámara has realizado esa estupenda foto, donde el jilguero se refleja en el agua.
ResponderEliminarQuiero hacer fotos como tú.
Que pena que no le enseñaras a cantar, el sonido de sus trinos, te hubieran despertado todos los dias.
ResponderEliminarBello relato, en el que se muestra el despertar de la conciencia en la infancia, tan real como la vida misma.
ResponderEliminarUn saludo
J. Luis: supongo que casi todos los que hemos tenido la suerte de contactar directamente con la naturaleza y la hemos sentido, en algún rincón de nuestros recuerdos tenemos relatos hermosos y emocionantes que contar; pero tu nos lo has expuesto magníficamente.
ResponderEliminarGracias por ello. Te felicito.
Nos vemos.