por J. A. Martínez
Chelva |
En los años 60, al igual que ahora en tiempos de crisis el veraneo en el pueblo era la opción elegida por la mayoría de la clase trabajadora residente en Valencia.
Esos podían considerarse algo afortunados de poder escapar del calor y pasar unos días con su familia, otros no tenían pueblo donde ir y debían conformarse con tres o cuatro días de playa en el verano, había que ir en tranvía, todo una odisea; comprar un cuarto de barra de hielo para tener agua fresca y media sandía en la nevera portátil.
Mis tios eran carniceros en Chelva, teníamos esa gran ventaja, tenían una casona muy grande y una posición acomodada lo que nos facilitaba el poder pasar unos días con ellos, aunque también supongo que se quedarían aliviados el día que regresabamos a Valencia, la gente de capital suele dar mucha faena.
La aventura del viaje debía empezar muy temprano, pues cogíamos el trenet hasta Líria a las 9 de la mañana y para llegar allí antes teníamos dos tranvías. Conociendo a mi madre seguro que nos levantaba a las 6 de la mañana, ella nunca llegó tarde a ningún sitio. Almorzabamos en el tren bocadillos preparados en casa, pues con el madrugón había mucha gana.
Para mi aquello era toda una aventura, pegado a la ventanilla viendo todo aquello que esa especie de pantalla me proyectaba, toda la belleza de la huerta hasta que los cultivos era siempre los mismos, cebollas alineadas geométricamente, estabamos en Benaguacil I y Benaguacil II, nombre de las estaciones que a mi me hacían mucha gracia, siempre pensé que eran dos reyes moros, seguramente padre e hijo.
Con mucha calor llegabamos a Líria y allí transbordo a la Chelvana que llegaba hasta Sta. Cruz de Moya (entonces no había comunicación con el Rincón de Ademuz). El autobús resultaba mucho mas cómodo que el tren y el paisaje mucho mas bonito, montañas, ríos, barrancos, etc.
Primera parada: Casinos. Invadían el autobús un grupo de chicas con cestas llenas de peladillas, piñones, garrapiñadas, turrones y a gran velocidad hacían su venta, el conductor siempre se encargaba de meterles prisas. Siempre comprabamos algunos paquetes de peladillas para obsequiar a mis tios y mis primas. A veces arrancaba la Chelvana y alguna peladillera se quedaba dentro y había que volver a parar para que se apeara, siempre gritando y protestando.
Luego: Losa, Domeño, Calles y por fin a la hora de comer en Chelva. Unos 60 Km aproximadamente nos habían llevado toda la mañana de viaje.
Chelva para mi era un nuevo universo, mi madre decía que era "cabeza de partido", no sabía lo que era eso pero debía de ser algo muy importante.
Mi madre me obligaba a dormir la siesta, pero a mi no me gustaba la idea y esperaba a que la casa se quedase en calma, seguramente todos descansarían y me escapaba de la cama. Ese tiempo de espera lo pasaba cazando moscas, tan abundantes entonces, eran el manjar favorito de la lechuza que tenía una vecina enjaulada.Por una puerta del patio interior me pasaba al huerto, que era compartido por los vecinos de la manzana de casas. Por allí pasaban varias acequias y en una de ellas, la de menos corriente, estaban los renacuajos, con los que no me cansaba de jugar.
Cogerlos con las manos era muy dificil, eran resbaladizos, estaban quietos como tomando el sol debajo del agua, cuando interrumpía su siesta nadaban en grupo de un lado a otro agitando su cola, entonces yo no sabía de la existencia de los espermatozoides y su parecido a los renacuajos.
A veces me llevaba alguno a casa en un frasco de cristal, lo escondía debajo de la cama, pero siempre se morían y eso que les echaba migas de pan, mas tarde he aprendido que no es su dieta preferida. Pasé muy buenos ratos contemplandolos, molestandoles y jugando con ellos.
Ahora en Alcublas cuando los veo en balsas, jipes o charices siempre vuelven a mi aquellos recuerdos, ya tan lejanos, de mi niñez, donde los renacuajos fueron parte importante de mis veranos en Chelva, ese precioso pueblo serrano, "cabeza de partido", como decía mi madre.
Sensibilidad, gusto y añoranza, me gusta lo de "cabeza de partido"
ResponderEliminarGracias chelvano por tus elogios, recuerdo Chelva siempre con mucho cariño, realmente acogedor con los forasteros, una gente muy cariñosa y noble y sobre todo "cabeza de partido" como decía mi madre.
ResponderEliminarQuizás haga otro escrito de mi niñez en Chelva.
Gracias
Los recuerdos de la niñez, son los más importantes, los guardas en la memoria y cuando decides contarlos, haces participar a todos los que los leemos de retazos de nuesta vida y todo aquello que nos ha ido formando.
ResponderEliminarEspero que seguiras por este camino y nos contarás tus experiencias, vale la pena intentarlo.
Somos muchos los que disfrutamos con la lectura de las experiencias de otras personas.
Gracias.